miércoles, 11 de abril de 2007

Relato de la pirámide

Si hubiera sabido que ese día se iba a confesar probablemente no hubiera querido salir de su cama sin una máscara más adecuada.

Había visto tantas veces la misma rutina que ya hasta le parecía una película. Tantas entrevistas, tantas pláticas, tantas máscaras de iniciativa y éxito…ese día tuvo su introducción de siempre a manera de película y terminó en la cama. El hecho de que hubiera terminado en la cama no era lo que le revolvía la parte baja del vientre, más bien con quién había terminado en la cama. Después de confesarse por primera vez en otra entrevista laboral que resultó ser una imitación barata y posmoderna de la santa inquisición, salió con la sonrisa en los labios y el corazón en la suela de los zapatos. Salió. Se asomó a los elevadores y sacó instintivamente su celular para activarlo sin percatarse de que en ese mismo instante una llamada estaba entrando. Abrió el celular. “Conectando” apareció en la pantalla.

- ¡Bueno! –respondió agitado.

- ¡Hola! –la otra voz, la de su segunda confesión, se notaba animosa.

- ¡No sabes que mierda de entrevista...!

Y con eso comenzó. Habló cerca de cuarenta segundos sin parar. Al finalizar el cuadragésimo segundo se percató que estaba hablando con ella. Le dijo su nombre para confirmar y ella contestó afirmativamente. Le pidió que se vieran en un café y así fue. Se vieron.

Platicaron cerca de una hora, los primeros cinco minutos de todo y de nada y los cincuenta y cinco minutos restantes sobre el pasado que compartían y sobre como había cambiado él para ella. Él le quitó todas las dudas que pudieran haber existido en su cabeza y le demostró que no había cambiado, que ella no le había permitido seguir siendo como era junto con ella ni integrarse en sus nuevos círculos, concéntricos a su parchado corazón. El silencio de ella fue avasallador. Le surgían dudas a los dos. Él le sugirió entre broma y entre deseo que hicieran el amor, una vez más –con la esperanza y la posibilidad de que se transformara el inicio de muchas otras veces más– y ella, después de una pregunta más le respondió “Vámonos”.

Se hicieron el amor. Se tocaron. Se besaron. La penetró y ella, a su manera y por los ojos, lo hizo también. Un éxtasis enorme los envolvió. El cuarto olía a sexo y a melancolía. Un breve silencio los abordó por unos segundos y después comenzó su segunda confesión. Terminado el preludio de la confesión le volvió a hacer el amor, esta vez de manera más tranquila, suave, casi pausada, sintiendo cada milímetro de su cuerpo tan fresco como siempre había sido. Sus senos no habían perdido la vieja consistencia y el olor seguía siendo el mismo, inclusive, con un poco de esfuerzo y nostalgia, podía percibir su olor guardado en el de ella. Sus nalgas anchas, blancas y suaves se amoldaban a la forma de las piernas de él mientras la penetraba y le hacía el amor. El orgasmo le llegó primera a ella y minutos después a él. A diferencia de la primera vez que les llegó a los dos al mismo tiempo pero cansados por la entrega apasionada se apartaron, esta vez se quedaron quietos. Su respiración agitada. Sus vientres rítmicos y sus narices que se arrastraban en el cuello del otro. Era como si se hubieran encontrado los cuatro lados, las dos parejas de caras en el punto más alto de la pirámide. Sus dos máscaras que habían venido utilizando. Después de eso vino la confesión en forma.

Le pidió que le sonriera. Que no importara lo que pasara, que siempre lo que viera, le sonriera. Era su más grande y preciado deseo: verla sonreir. Verla feliz. Y notaba en sus ojos como algo no la hacía feliz y que al final la había llevado nuevamente a sus brazos. Se confesaron mutuamente y se besaron. Lloraron. No lo dijeron pero si lo escucharon: los dos se dijeron que se seguían amando pero ninguno tuvo el valor necesario para gritarlo y pedirle al otro un nuevo inicio que anhelaban. Pero no lo dijeron y sin embargo lo escucharon y lo sintieron. Se besaron nuevamente, esta vez más profundo y duradero. En ese beso él le lloraba y ella le abría el corazón. Y sin embargo la llevó a su casa, la besó nuevamente y se despidieron. So cruel.

Regresó a su casa y al llegar a su cuarto vio su cama desarreglada. Las prisas lo habían hecho salir tan rápido de su casa que no tuvo tiempo de arreglarla. Se puso a hacer su cama mientras pensaba como había despertado y se percato, al bajar la cabeza, del perfume de ella todavía presente en su pecho. Sintió la resaca de la confesión y volteó a sus cuadros y se sentó en su cama.

- Donde quiera que estés sólo quiero que sepas que te sigo amando…y te seguiré amando.

Se levantó, terminó la cama y se puso a escribir el relato de su confesión.

You don't know if it's fear or desire
Danger the drug that takes
you higher
Head
in heaven, fingers in the mire

VARGAS GÓMEZ

3 comentarios:

Blogger J. F. Santoyo ha dicho...

lindo. real. sincero. honesto. simple. Me gustó mucho mucho mucho...

Sí, sólo pasé a leerte y saludarte!!!!!!

12 de abril de 2007, 15:03  
Anonymous Anónimo ha dicho...

hace mucho no entraba y entre a ver que habia de nuevo, y al leer esto me parecio muy bueno como alguna vez comentamos has mejorado no te has mantenido y eso bueno esta super bien, se me hizo un relato muy emotivo y a la vez sencillo .

Me gusto mucho de verdad
Besis !!
Ro

19 de abril de 2007, 20:49  
Blogger Melissa ha dicho...

que relato tan lindo y a la vez melancolico estar con la persona que amas y asi d la nada irte aun sabiendo que el amor sigue latente felicitaciones chikito magico el relato!

4 de mayo de 2007, 15:48  

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